sábado, 20 de diciembre de 2008

PETER F. DRUCKER, EL INFIDENTE

La infidencia es éticamente ambigua

El debate actual sobre ética de la organización presta gran tentación al deber de ser un “infidente” y al de proteger al “infidente” contra retaliaciones por parte de su jefe o de su organización. Esto parece noble. Desde luego, el subordinado tiene el derecho, cuando no, en efecto, el deber, de poner en evidencia, para que sean remediadas, las malas actuaciones de su jefe, para no hablar de la violación de la ley por parte de un superior en la organización que lo emplea. Pero en el contexto de la ética de la interdependencia, la infidencia es éticamente ambigua.
Seguramente hay fechorías del superior o de la organización empleadora, que tan groseramente violan la decencia y la ley, que el subordinado (o el amigo, o el hijo o incluso la esposa) no puede permanecer callado. Esto es, después de todo, lo que implica la palabra “delito” –uno se convierte en cómplice de un delito y se hace penalmente responsable si no lo denuncia, porque lo agrava. Pero de que otra manera se puede actuar? No es primordialmente que estimular la infidencia corroa el vínculo de confianza que une al superior con el subordinado. Estimular al infidente debe hacerle perder al subordinado confianza en la voluntad o capacidad del superior para proteger a su gente.

ACTIVIDAD SUGERIDA: En los Estados Unidos, la ley Sabanes-Oxley estimula en casos de corrupción corporativas la infidencia de quienes tienen acceso a información confidencial. Como afectara esta legislación el vinculo entre superior y subordinados?

No hay comentarios:

Publicar un comentario