Una vida que no se olvida, un legado que no se detiene.
Ayer visitamos la tumba de Guillermo Augusto Rojas Mejía, nuestro padre, abuelo, esposo y guía eterno, en conmemoración anticipada de su partida física, ocurrida un 8 de agosto, hace ya cinco años.
Lo hicimos como él nos enseñó: con respeto, con gratitud y con presencia real.
En esta imagen, su nieto mayor, Antonio Francisco Rojas Rivas, acompaña a su amada abuela, Meleni Altagracia Collado, en ese gesto silencioso pero profundo que honra a quien sembró tanto por nosotros.
El DR. siempre nos recordó que quien no tiene el valor y la disciplina de honrar a los que dieron la vida antes, pierde también el derecho de pedir ser valorado por las generaciones que vienen.
Nos enseñó que visitar una tumba no es un deber fúnebre, sino una declaración viva de memoria, respeto y continuidad.
¿Cuántas veces nos excusamos en el “no tengo tiempo” o en que “ya no hace falta”? Y sin darnos cuenta, sembramos indiferencia donde deberíamos cultivar gratitud.
Él defendía que quien olvida sus raíces no puede cosechar futuro.
Este acto no es nostalgia. Es enseñanza viva. Es reafirmar que su legado sigue siendo nuestro norte.
Porque Guillermo Augusto Rojas Mejía no murió. Vive en lo que honramos.
Y en cada acto de memoria, renace.
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